A un niñato disfrazado de Halloween que procura insultar si ve a algún tuno
Eduardo Maestre Cuadrado, «Sarasate»
Niño untado de Halloween, que al verme
me gritas «¡Tuno bueno, tuno muerto!»
como el que le echa un sortilegio a un tuerto,
sin pensar que ello pueda estremecerme.
¡Qué injusticias tenemos que sufrir!
que la Tuna es «residuo del franquismo»;
que esta ropa es un anacronismo,
que tendríamos todos que morir…
Niño al uso de Halloween, no insistas:
los goliardos cantando a los placeres,
al vino, a Satanás, a las mujeres
no eran precisamente unos machistas...
Ni los sopistas eran reaccionarios,
ni imitaban los modos extranjeros
como haces tú; pues que eran lisonjeros
que camelaban hasta en los seminarios.
Ya andando el Diecinueve, el estudiante
que entraba a formar parte de una Tuna
tenía que demostrar, una por una,
de cualquier situación salir triunfante.
Y en la España franquista (la que había),
si eras tuno, quizás eso te hiciera
mil normas sortear, sin que te abriera
un expediente letal la Policía.
¿Y ahora tú vienes, niño halloweeano,
a corregirme la plana y a insultarme?
¿Tengo que permitirlo? ¿He de envainarme
la espada? ¿He de callar, parar la mano?
¿Porque vamos vestidos de esta guisa
(reflejo fiel de «decadencia hispana»)
tenemos que sufrir de mala gana
tu inoperancia histórica y tu risa?
Niño halloweenés, calabacino
yankificado, aborto yankiforme:
que esto no es un disfraz; que es uniforme
de un soldado de Baco ¡Un libertino!
Llevamos ya mil años canturreando
para poder beber, comer lechuga;
si acaso un muslo; o si hay Dios, pechuga…
¿Y ahora nos andan tontos insultando?
Niño de Halloween, dime: ¿En qué descollas?
Cuál es la gracia que tiene tu ombligo?
¡Ah! ¿Que no tienes? ¿Sabes qué te digo?
¡Gilipollas!, ¡Gilipollas!, ¡Gilipollas!