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La copla estudiantina más famosa

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Rafael Asencio González


Hace unos días me cupo el honor y la alegría de recibir en Córdoba a Adriana Meluk “Meluka” y Félix Martín “Guaraguao”, queridísimos amigos que, en tornaviaje a Murcia tras disfrutar de la Inmaculada sevillana, recalaban en mi ciudad.

Aquí, mientras (o “durante” como diría mi compañero en “Los Medicinantes” Isaac) probaba su forma física con una caminata de aúpa, acompañados de mi Lola, hablamos de lo humano y lo divino y, cómo no, de tuna, de la feliz realidad de TVNAE MVNDI, de proyectos nuevos por hacer, viejos e incluso olvidados, aparcados por otros cuya redacción consideré en su momento más necesaria u oportuna.

De uno de ésos quiero contarles hoy, como lo hice a Adriana y Félix hace unos días, disparándoles a bocajarro la pregunta ¿cuál es la canción de tuna más famosa?, que tuvo cumplida y esperada respuesta pues, como me imaginaba sucedería, transitó caminos lógicos: “Clavelitos”, “La Compostelana”, etc., etc…

Una tía abuela mía, de nombre Cándida por más señas, tenía por latiguillo la sentencia “Lo que ve el que vive” y cierto es que tal cosa sucede, pero no es menos cierto que nuestra memoria es absolutamente incapaz de retener todo… todo lo que ve el que vive… y mucho más si no lo ha vivido o visto o si, por ejemplo, el hecho a rememorar ha acaecido a unos miles de kilómetros dificultando que se tengan noticias de él… y es que nuestra tradición se extiende en el tiempo, pero también en el espacio.

Al hacer con malicia la pregunta no me refería a cuál es la canción de tuna más conocida hoy a lo largo y ancho del mundo, sino a cuál es la canción originariamente de tuna más famosa hoy en día aun cuando actualmente no se recuerde que ese fue su origen e incluso resulte inesperado por haber sufrido alteraciones a lo largo de su particular historia hasta llegar adonde estamos.

afiche - la cumparsitaY es que contrariamente a lo supuesto, teniendo en mente los criterios ya explicados, la composición más famosa creada para una estudiantina no es una canción de ronda, ni un pasacalle, ni un pasodoble… ni es española… ni siendo un tango es argentina, sino uruguaya… pero no un tango cualquiera… el tango más grabado de todos los tiempos, el más representativo, el que todo el mundo reconoce de inmediato, capaz de dar origen a un conflicto diplomático entre ambos países americanos mencionados… y, como no podía ser de otra manera, envuelto en su mito y en las dudas sobre las fechas de su composición, estreno y primera grabación, sobre si nació como marchita estudiantil o fue desde su inicio tango interpretado por la estudiantina o comparsa de estudiantes de la Federación, controversia aún no concluida por la disparidad de testimonios que existen por parte de quienes se titulan testigos de su gestación y que trae causa en la litispendencia que, sobre la propiedad de sus derechos de autor, se entabló entre varios personajes de esta historia a partir del éxito rotundo que obtuvo la composición, cuestión que con ser interesantísima para nada socava la cúpula de este artículo y aún menos su clave pues todos los personajes de esta suculenta historia coincidieron en su momento en que esta música fue en origen estudiantina.

Sea pues. A finales de 1915 o principios de 1916, según unos, o en el verano de 1917, para otros, una melodía rondaba la cabeza de un inspirado estudiante de Arquitectura, todavía adolescente, llamado Gerardo Hernán Matos Rodríguez (Montevideo, 18 de marzo de 1897-Montevideo, 25 de abril de 1948), hijo de Emilio Matos (propietario del cabaret Moulin Rouge ), apodado por sus amigos “Becho”, que cursaba estudios en la Facultad de Matemáticas de su ciudad natal y era miembro de la “Federación de los Estudiantes del Uruguay”, que tenía su sede en una vieja casa, hoy demolida, ubicada en la calle Ituzaingó 1282, entre Reconquista y Buenos Aires, que tenía un piano en el que el joven Matos dio a conocer su obrita a sus compañeros (a su “Barra” como por allí se dice) y continuó perfilándola de cara a ser incorporada en el repertorio de la estudiantina o comparsa de estudiantes que la Federación tenía en mente sacar los próximos carnavales para aliviar los graves problemas económicos que ésta atravesaba, amenazada incluso de desalojo, cantando por los cafés y postulando a la concurrencia.

Cuenta Víctor Soliño, (Mis tangos y los atenienses,  Alfa, Montevideo, 1967) en relación a los carnavales del Montevideo de esos años, en una imagen que al punto resulta idéntica a las fiestas de máscaras españolas de por entonces, que Los carnavales de antes… Ésos sí que eran carnavales… Yo sé que era la época ingenua y cursi, si se quiere, de los cambios de ramitos en el corso, de las estudiantinas con bandurrias y cucharitas en el bicornio, de los osos Margarita de arpillera, de los Pierrots y las Colombinas, del vals aristocrático y del tango orillero. Pero era también la época en que el buen gusto y la elegancia espiritual no se habían convertido en prejuicios burgueses; la época en que los impactos teatrales no se imponían sobre la base de un lenguaje de carreros borrachos. Era la época en que el carnaval todavía no había renunciado a su alegría…”. La sobrina nieta de Matos, Rosario Infantozzi Durán, pone en boca del autor  la siguiente declaración:

partitura - la cumparsita a

partitura - la cumparsita b

Mi primera salida de convaleciente fue, no podía ser de otro modo, para reintegrarme a las reuniones que, noche a noche, realizaban "mis amigos los bachilleres" en la Federación de los Estudiantes del Uruguay y a los ensayos para el Carnaval, que ya se acercaba. Como todos los años, los estudiantes estábamos organizando una comparsa para salir a tocar y a cantar por los cafés unas canciones del más subido y verde color, que se entonaban con aires musicales conocidos. Mi amigo Walter Correa Luna era el gracioso autor de esas letras, llenas de picardía y de ingenio, que él componía con una facilidad verdaderamente sorprendente. Una vez elegido el repertorio, había que ensayarlo, diseñar el vestuario, elegir el nombre de la comparsa y fabricar el estandarte.

Ninguna comparsa que se preciara podía dejar de tener un nombre y un estandarte…

Entre esa bandada bullanguera estaba yo, viviendo esa vida a pleno, sintiéndome feliz y a salvo de los problemas familiares en aquella farándula estudiantil de la Federación en la que todos eran, quien más, quien menos, unos locos sin chaleco que llenaban de cascabeles y serpentinas el ambiente sosegado de Montevideo.

Junto con Correa Luna solíamos aporrear el viejo y desvencijado piano de la Federación. En mi cabeza bullían siempre los “motivos” y les insuflaba vida tarareándolos, silbándolos, traduciéndolos al piano, que tocaba de oído. Para mí era perfectamente natural el hecho de poder ubicar los dedos –aun con los ojos cerrados– en las teclas que correspondían a las melodías que se agitaban en mi cabeza, lo que no podía lograr era fijar esos “motivos” en notas escritas, porque nunca había aprendido ni a leer ni a escribir partituras…

Cuando llegué aquella tarde después de la enfermedad, la casa de la calle Ituzaingó estaba repleta, como siempre, de muchachos que cantaban y reían, vestidos -absurdamente si se tiene en cuenta el calor que hacía- de traje oscuro, chaleco y corbata. Algunos conversaban y sólo uno, de lentes y aspecto serio y responsable, leía el Código Civil.

Después de tantos días sin acercarme a un piano, me senté en el que Correa Luna le había prestado a la Federación y me puse a tocar de oído y muy bajito algo que escuché tocar a Becha en el piano de casa. Correa Luna –que era un pianista fenomenal– se sentó a mi lado en el taburete a tocar conmigo a cuatro manos. Se hizo un silencio y cuando terminamos el último acorde, todos aplaudieron.

—   Nosotros precisando una marchita de Carnaval para salir por ahí a tocar por los cafés y juntar algo de plata, que nunca está de más, y miren lo que están tocando éstos -interrumpió el aplauso uno, con acidez-. ¿Se imaginan la comparsa de la Federación de los Estudiantes vestida de tul y lentejuelas, bailando ballet ?

—   ¿Y por qué no un tango? —preguntó otro.

—   Dónde viste una comparsa desfilando con un tango?, contestó Correa Luna… 

Nótese que estamos ante otra de las cuestiones controvertidas entorno a la composición pues, mientras para unos ésta nació ya como tango, para otros, lo hizo como marcha.

La cumparsita - casa de BechoSea como fuere a “Becho” se le ocurrió la idea de llevarle su música a quien por entonces era una de las máximas figuras del tango, el maestro Roberto Firpo, que en esas fechas actuaba en el café La Giralda  de la capital uruguaya dirigiendo a su conjunto que completaban David “Tito” Roccatagliata y Agesilao Ferrazano en violines, Juan Bautista “Bachicha” Deambroggio en bandoneón y Alejandro Michetti en flauta, pero no tuvo suficiente determinación para hacerlo por si mismo y en su lugar acudió uno de sus compañeros. El pianista Alberto Alonso, testigo del hecho, lo relató así en su libro La Cumparsita – Historia del famoso tango y de su autor: “Entre la barra de Becho estaba Manuel Barca, quien le alcanzó una copia mal escrita por Matos a don Roberto Firpo en el café y confitería La Giralda en 18 y Andes (donde hoy se erige el Palacio Salvo). Su ojo clínico percató de la primera ojeada todo el partido que esa obra podía obtener. Conseguida la autorización para adaptarla y concertarla, tocó por primera vez el tango en público”.

Firpo daba su versión de este hecho años más tarde (Crónica, 26 de diciembre de 1966): “En La Giralda se me apersonó alguien apodado Barquita, entregándome una música de marcha estudiantil para ver si la podía hacer tango. Esa marcha tenía sólo dos partes y yo le agregué una tercera colocándole cuatro compases de un tango mío poco conocido, La gaucha Manuela, y, en la parte final, inspirándome en el Miserere del Trovador de Verdi. Y esa marcha, convertida en tango por mí, fue después La cumparsita ”.

De inmediato comenzó a ejecutarse en otros locales nocturnos de Montevideo, entre ellos en el cabaret Moulin Rouge de su padre de manos de su pianista Carlitos Warren.

Ese mismo año Matos Rodríguez -aún menor de edad- vendió los derechos de la obra a la casa Breyer Hermanos  de Buenos Aires que editó su partitura, mas hubo una edición anterior, y es que según una investigación realizada por el Instituto Nacional de Musicología sobre Antología del Tango Rioplatense “existe una versión fraudulenta anterior a la de Breyer Hnos., la de Arista que habría robado una copia a lápiz al pianista Carlos Warren en el cabaret Moulin Rouge de Montevideo”. Al respecto Héctor Ernié, en un importante trabajo titulado La historia de La Cumparsita (Revista Tango nº 25) sostiene que “para ese mismo 1916 Matos publicó su tango por primera vez. Se encargó de editarlo Arista y Leña (o Lena) casa de música ubicada en Sarandí 642 de Montevideo donde se insertó el dibujo de una comparsa de pibes con cornetas, tamboriles, gorros de papel y donde reza Ejecutado con gran éxito por la orquesta de Roberto Firpo”. Al parecer Matos contaba que los editores Arista y Lena habían lanzado al mercado la partitura aduciendo que tenían autorización verbal del autor para hacer la edición en Montevideo, cosa que, por demás, era incierta. Sea como fuere en esa partitura existe dedicatoria de Matos a sus compañeros de estudiantina:

“Dedicado a mis estimados amigos y compañeros los Bachilleres: Andrés Suárez, Arturo Carcavallo, Arístides Lupinacci, Alberto Martínez, Alfredo Martínez, Carlos Martínez, Eduardo Martínez, Augusto Martínez, Carlos Castelar, Enrique Berget, Asdrúbal Casas, Aníbal Casas, José Lourido, Mario Bordabehere, Miguel Marsiglia, Juan Bianchi, Gerardo Bianchi, Alfredo Berta, Alberto Tusso, Walter Correa Luna, Julio Travella, Alfredo Fabiani, Menotti Crotogini, Raúl Netto, Rogelio Naguil, Alfredo San Román, Roberto Introini, Domingo López, César Seoane y César Bergallo”.

El nombre de la composición traía origen en aquel con el que se dotara la estudiantina, a su vez basado en un acontecimiento anecdótico. Rosario Infantozzi lo cuenta así:

Era verano y en las tardes de calor nos íbamos a disfrutar de la brisa del mar y de unos helados riquísimos que preparaban en un tambo que había en el Parque Urbano, al que llamaban la Vaquería. Llegábamos en pelotón, provocando suspiros a las niñas y dolores de cabeza a las madres y las abuelas, que no siempre veían con buenos ojos nuestro desenfado. Cada vez que la barra en pleno aparecía por allí, el mozo italiano que siempre nos atendía le advertía al propietario, en su cocoliche: “¡Attenti!… ¡Alla Madonna!… Eccole qua la ‘cumparsa  de los estudiantes’”, porque no le salía decir “comparsa”.

Fue a Introini, al futuro doctor Roberto Introini, a quien se le ocurrió la idea de que la comparsa se llamara así. Y como una comparsa de Carnaval siempre es muy numerosa y nosotros - los que nos animábamos a salir - no éramos tantos, de “cumparsa” derivó a “cumparsita”.

Arrodillado en el piso del local de la Federación y con la ayuda de un tizón, Arturo Carcavallo pintó el estandarte, que decía así, con un despiadado humor negro:

“La Cumparsita”

“Venimos del Bajo… y sonso”…

—    Ahora que nació, tenemos que bautizar a la criatura sentenció Introini, una vez pasada la primera impresión.

—    Así se la llevamos a Firpo y capaz que nos la estrena, decidió el que tenía un amigo que era amigo de Firpo.

Me gustó mucho aquel “nos la estrena” porque yo ya había descubierto que esta cosa de componer si bien es loca y maravillosa, es también un oficio solitario y duro porque uno está solo frente al misterio y porque hay que tener el alma desnuda para poder sentir. Aquel “nos” lo recibí como una frazadita que me abrigaba el alma.

—    Y te digo una cosa - agregó - si Firpo te lo estrena, te aseguro que vas a poder hacer plata con este tango.

Resuelto el punto, cada quien hizo generosamente su aporte para el título. Se barajaron muchos nombres, pero prevaleció uno, el mismo que ya campeaba en el estandarte con el que la comparsa iba a salir en Carnaval y con el que todos nos sentíamos identificados: La Cumparsita. ¿Por qué? Tenía que ser así… ¿acaso no éramos nosotros?

Poco después La Cumparsita  se grababa. Primero por Roberto Firpo (este histórico registro discográfico tuvo lugar en los estudios de Max Glücksmann en noviembre de 1916 como lo demuestran los catálogos de época de la empresa), después por Juan Maglio “Pacho” y su conjunto, para el sello “Era”, Y en tercer lugar, el 10 de mayo de 1917,  por el cuarteto Alonso-Minotto.

Tras un efímero período de éxito, la fama de la composición comenzó poco a poco a declinar hasta caer prácticamente en el olvido mas, en 1924, ocurrió un hecho inesperado. El 6 de junio la compañía teatral de Leopoldo Simari estrenaba en el teatro Apolo la pieza “Un programa de cabaret ”, original de Pascual Contursi y Enrique P. Maroni. En aquella época se estilaba que en cada obra de teatro se estrenaran tangos compuestos especialmente para ellas. Pascual Contursi escribió una letra a la que llamó “Si supieras” para acoplarla, como era su costumbre, a la música de algún tango compuesto con anterioridad sin autorización, como también era su costumbre, del compositor. El caso es que para la letra de marras escogió al ya entonces olvidado tango “La cumparsita”. El encargado de interpretarlo fue el actor y cantor Juan Ferrari. El tango resultó tan exitoso que decidió a Carlos Gardel a grabarlo de inmediato, lo que condujo a su encumbramiento mundial como “el himno del tango”:

Si supieras

que aún dentro de mi alma

conservo aquel cariño

que tuve para ti.

Quién sabe si supieras

que nunca te he olvidado

volviendo a tu pasado

te acordarás de mí.

El más lúcido testigo de este triunfo (como después veremos) y quien mejor lo relató fue el maestro Francisco Canaro (Mis Memorias – Mis bodas de oro con el tango ): “En mi primer viaje a París, a los pocos días de mi debut, me encontré con Gerardo Matos Rodríguez…Después del saludo y abrazo de práctica entre viejos amigos, nuestra conversación terció sobre Buenos Aires, de donde yo acababa de llegar y sobre la reactualización del éxito de La Cumparsita que, entre paréntesis, para Matos Rodríguez ya había pasado a la historia. Le conté cómo había resurgido de nuevo y de qué manera se ejecutaba con verdadero furor por todas las orquestas; que Pascual Contursi y Enrique P. Maroni le habían compuesto una letra muy bonita y adaptada a su ritmo y que Carlitos Gardel la cantaba con extraordinario éxito y hasta la había grabado en discos…”.

El éxito alcanzado por el nuevo tango motivó a Matos a iniciar una acción judicial conducente a la recuperación de sus derechos, auxiliado por joven abogado uruguayo Calatayud, que porfió para deshacer la venta de los derechos a Breyer Hnos. y prohibir que se tocara La Cumparsita con una letra que no fuera la que el mismo Matos había firmado como de su autoría el 9 de noviembre de 1926, llevada inmediatamente al disco por el cantor Roberto Díaz con la orquesta Los provincianos:

La cumparsa

de miserias sin fin desfila

en torno de aquel ser enfermo

que pronto ha de morir de pena.

por eso es que en su lecho

solloza acongojado

recordando el pasado

que lo hace padecer.

Abandonó a su viejita

que quedó desamparada

y loco de pasión, ciego de amor

corrió tras de su amada

que era linda, era hechicera

de lujuria era una flor

que burló su querer

hasta que se cansó

y por otro lo dejo

Largo tiempo

después cayó al hogar materno

para poder curar su enfermo

y herido corazón y supo

que su viejita santa

La que él había dejado

el invierno pasado

de frio se murió.

Hoy ya solo abandonado

a lo triste de su suerte

ansioso espera la muerte

que bien pronto ha de llegar

Y entre la triste frialdad

que lenta invade el corazón

sintió la cruda sensación

de su maldad.

Entre sombras

se le oye respirar sufriente

al que antes de morir sonríe

porque una dulce paz le llega

sintió que desde el cielo

la madrecita buena

mitigando sus penas

sus culpas perdonó.

El juez entendió finalmente que la venta de los derechos debía efectivamente declararse nula, por ser el compositor menor de edad al efectuar la transacción. Con este fallo Matos hizo retirar de la venta los discos grabados por Gardel con la letra escrita por Contursi. No pararían sin embargo ahí los pleitos. En 1932  Maroni y la viuda de Contursi, Hilda Briano, iniciaron uno nuevo por reconocimiento de derechos como coautores de la obra en cuestión contra Matos que quedó zanjado tras la muerte del compositor el 25 de abril de 1948 con el laudo arbitral de Francisco Canaro (fechado el 10 de septiembre) que resolvía en los siguientes términos: 80% de lo devengado para la sucesión Matos, el 20% restante para Maroni y la sucesión Contursi y cinco mil pesos para José Razzano en concepto de indemnización por el lucro cesante ocasionado por el retiro e de los discos de Gardel. También se determinó que en las futuras ediciones de La Cumparsita  deberían registrarse las dos letras referidas, con exclusión de las de cualquier otro autor y es que, en realidad, las había.

La más antigua pertenece a Alejandro del Campo,  uno de los miembros de la Federación de los Estudiantes del Uruguay en la que militaba Matos Rodríguez al tiempo de componer su obra. Fue publicada por El alma que canta  en 1926 y se sospecha que es la primera letra escrita para La Cumparsita por encargo del autor, ante la morosidad de Victor Soliño a quien le habría hecho originalmente el encargo. Su texto dice:

Allá viene

alegre y muy bullanguera

la cumparsita callejera

alborotando el barrio va.

Los chicos de las casas salen

sonríen las viejitas

ahí va la cumparsita

besando el arrabal

Soñando están las pebetas

al pasar la cumparsita

ser también la “vocesita”

de un estudiante locuaz.

Los muchachos se divierten

con chistes y pantomimas

y las chicas, al ver

la cumparsita ir,

ven su amor alejar.

Juventud dicharachera

que no conocés el llanto

ni tampoco los quebrantos

que la vida les dará.

Muchachos rían, rían mucho

y no se cansen que algún día

cuando ya viejos

y peinando muchas canas

verán lejana, pero muy lejana

la vida de facultad.

Muchachada

locuaz, festiva y patotera

que recibís la primavera

como si fuera una beldad

amigos de la farra, gozan

y van paseando su humorismo

con todo el policromismo

que brinda el carnaval.

También en la revista El alma que canta  se publicó el 19 de noviembre de 1957 una nota de Antonio Cantó titulada “La historia del tango” en la que transcribe unos apuntes de Nicolás Olivari sobre La Cumparsita.  Olivari hace mención a “la primera letra que se escribió” para este tango, obra del poeta y hombre de teatro Augusto Mario Delfino, de la que he podido localizar tan sólo un fragmento:

Cumparsita

emoción de la infancia

cuando

los días eran lindos

siempre

aunque estuviera gris

el cielo.

Cumparsita, alumbrada

de gritos y cantos

formada por muchachos

que hoy casi viejos son.

Estremecías la calle

con tu paso candombero

poniendo en tu visión

honda y cordial

algo de duelo.

Era el tiempo que se iba

lo que nadie atajará

el minuto fugaz

la triste sensación

de lo que nunca volverá.

Quien pudiera

volver al sol

de aquellos días;

vestir de nuevo la sonrisa

sin sombras de melancolía;

tener las ilusiones

alentar la esperanza

vivir las mismas horas

con su bien y su mal.

Ni una ni otra letra tuvieron éxito ni fueron cantadas o llevadas al disco por intérprete alguno. Ambas se refieren a una comparsa carnavalesca de estudiantes con versos evocativos de los días de juventud, en una temática que transita lugares comunes para las estudiantinas de esos años a uno y otro lado del charco. 

__________

Nota: Las imágenes proceden de la colección privada del autor.


Publicación: 16/12/12